RELATO 

La Criatura strikes again.

No estábamos en los años 70, básicamente porque todavía no habíamos nacido. Aún así, el escenario era un tributo total a las carreteras y a los desiertos de las pelis americanas de aquella década. Puede que fuera en Texas, Arizona, Nuevo México, o quizá en Nevada de camino a las Vegas, no lo sé. Lo cierto es que parecía un paisaje americano, de esos donde sólo hay asfalto, tierra seca y plantas rodadoras. ¡Sí, eso es! estábamos en el arcén de una carretera americana. Tampoco sé qué hacíamos allí ni cómo habíamos llegado.


La combinación de colores era preciosa: la tierra seca amarillenta se abría y se difuminaba con el azul del cielo equilibrado con algunas nubes blancas horizontales. Allí, justo en medio de la nada, se extendía una carretera larga y recta, pero como ya he dicho, todo ocurrió en el arcén; bueno, más bien en la yerma extensión, aunque a una distancia próxima al asfalto.


No pasaban coches, no había nada, sólo una silla, una mesita con dos magnum 44* y un vaso de agua. Y nosotras. Yo me encontraba al lado de la mesa, justo delante del asiento, y no podía dejar de mirar la imagen que apareció en el horizonte. Frente a mí, de espaldas a mi campo de visión, estaba ella; seria, tranquila y sudando. Se dio cuenta de lo que yo miraba y comenzó a sentirse incómoda. Observaba con mucha tensión las pistolas. Cogí una, se la di y corrió desesperada hacia la lejana imagen. Me senté a contemplar cómo se acercaba a toda velocidad a un mueble de madera clara con varias estanterías, un par de puertecitas, tres cajones en línea y cinco en columna. Nada lo decoraba, excepto dos jarras de cerveza grandes y vacías. Avanzaba desesperada a por ellas, levantando una estela de polvo enorme. Agarré mi magnum 44 y apunté.


- ¡¡No te servirá de nada seguir corriendo!!- Le grité.


El polvo levantado por sus zancadas era denso, aunque me dejaba ver su cabeza y los recipientes vacíos. Ella corría cada vez más rápido, pero no llegó a tiempo. Disparé y pudo sentir cómo el proyectil pasaba por su oreja derecha hasta reventar una jarra. Se encontraba junto al mueble, estiró sus brazos para alcanzar la otra, pero volví a abrir fuego; una segunda bala pasó rozando su oreja, ahora la izquierda, y "chassshh"... algunas esquirlas se clavaron en su cara; comenzó a sangrar. Cayó de rodillas, justo delante de su objetivo y empezó a llorar. Se volvió para mirarme y apreté el gatillo.


De la tierra seca creció hierba que tapó los cristales rotos y sus lágrimas. Ella podía sentir el frescor del suelo en sus rodillas; delante tenía un mueble vacío y detrás me podía ver a mí con un tiro en la boca. No le hizo falta usar la magnum 44 que le presté.




*Con magnum 44 me refiero al revólver S&W model 29 con cañón de 214 mm.







Irene Juárez, La Criatura.



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