El suelo era oscuro, como un cristal opaco y brillante; y las paredes mezclaban paneles rojos y negros. En aquella sala había dos ascensores, uno frente a otro, que se abrieron a la vez. Yo iba sola y frente a mí, en el otro ascensor, estaban ellos. No sé de dónde subían, ni siquiera puedo saber de dónde volvía yo, pero los tres vestíamos de etiqueta. Él llevaba un smoking y ella un espectacular vestido negro que realzaba más que nunca su atractivo. Enfrente estaba yo con un smoking de raso, sin pajarita porque la camisa se me abría hasta el escote.
Él: ¡¡¡Jajajajaja!!!- reía y fumaba.
Ella: Siempre lo hace... pero hoy ha subido radiante. - le advirtió - ¡No te muevas! - dijo mientras me fotografiaba.
Es posible que los tres subiéramos del mismo lugar. En todo caso, las sonrisas dejaban ver que, esa noche, cada uno vivió algo. Sólo nos encontramos al final de todo y cada uno planteó su historia como quiso.
Lo único que nos unió fue un mismo espacio y una telepatía cósmica que se activó cuando sentimos que ya había pasado todo lo que tenía que pasar. Nos encontramos en dos ascensores paralelos, amanecía y salimos de la sala. Ella en medio, él a su izquierda y yo a su derecha.
Irene Juárez, La Criatura.
***
Nota de la autora: Fin de la serie La criatura strikes again, inspirada en la lectura de Los dolores del mundo de Schopenhauer (1850) durante los otoños de 2011, 2016 y 2020.
"(...)Un incesante dolor se convierte en un pensamiento que se apodera de nuestro espíritu y de nuestra memoria. Si el recuerdo doloroso se vuelve insoportable y llega hasta a dominar al individuo, la naturaleza angustiada se abisma en la locura (...)".
Schopenhauer.
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