Hablamos con Alicia Pérez Gil, licenciada en Derecho y autora de terror y fantasía oscura. Ha publicado Ojos verdes e Inquilinos con Cazador de Ratas (2019), autopublicado Simón dice (2020), Barro (Literup Ediciones, 2020), Las balsas de Noa (Marli Brosgen, 2021) así como múltiples relatos en diversas revistas online y antologías, entre ellas Vínculos oscuros (Literup Ediciones, 2020). También autopublica libros para escritoras, como Escribir desde los cimientos (2019) y Rutina de entrenamiento para escritoras en ciernes (2020). Gestiona además una plataforma de aprendizaje literario, La Escribeteca. Puedes encontrarla en www.laescribeteca.com, Instagram, Twitter y TikTok.
¿Qué género literario considera infravalorado? ¿Y sobrevalorado?
Hay un paternalismo universal que sufren especialmente las autoras de literatura juvenil. Independientemente del género, cuando una obra se dirige al público más joven, inmediatamente queda descalificada.Como si la literatura fuese una competición y ya no pudiese participar en ella. Cuando, de hecho, existen ejemplos de literatura juvenil estupendos en cuanto a temática, estilo, estructura, riqueza y profundidad.
Se me ocurre, por ejemplo, la trilogía de La escolomancia, de Naomi Novik, que aunque es formalmente imperfecta, en lo que respecta al contenido es ingeniosa, divertida, mordaz y presenta modelos de conducta sanos. Algo que mucha literatura para adultos no huele ni de lejos.
La literatura mimética, es decir, la que no es terror, fantasía ni ciencia ficción, está extremadamente sobrevalorada. De hecho, los prejuicios contra la literatura no mimética están tan arraigados que, cuando una de esas obras alcanza cierta popularidad, se dice que «trasciende el género», como ha sucedido con las obras de Mariana Enríquez, de terror, publicadas en Anagrama.
Es usted activamente feminista, ¿cómo lleva a la práctica literaria estas reivindicaciones?
En realidad hago un activismo tan leve que cualquier activista diría que no hago ningún activismo en absoluto. Creo que lo único que «hago» es hablar en femenino genérico en redes sociales, en mi blog y en mis libros de escritura. Y lo hago porque el masculino genérico, que es el gramaticalmente correcto, invisibiliza a las mujeres. Cuando decimos escritores del 98, en teoría nos referimos tanto a ellos como a ellas, pero casi nadie piensa en María Lejárraga, Sofía Casanova o Regina de Lamo. Porque en el instituto estudiamos a Unamuno, Azorín y a Pío Baroja. Así que puede que la gramática englobe a ambos géneros, pero la realidad no.
En cuanto a la práctica literaria, ahí sí que hago pequeñas cosas que dejan su poso de una manera sutil. No soy una persona beligerante y no propongo grandes cambios que deba defender a capa y espada porque no tengo la fortaleza mental para enfrentarme a lo que las activistas deben enfrentarse a diario. En cambio, sí puedo invertir los papeles de mis personajes. Por ejemplo, en mis novelas, las enumeraciones de profesiones o roles hablan de enfermeros, doctoras, capitanas de avión, guapos asistentes de vuelo, juezas, etc. Y parece una tontería, pero hay quien me ha escrito para preguntarme si en mis novelas habían desaparecido los hombres porque todos los personajes secundarios o marco eran mujeres. Algo que pone de manifiesto el hecho de que, si no nombras algo, ese algo deja de existir.
Decía Almudena Grandes que cuando una mujer escribe, se refieren a su obra como “literatura femenina”, mientras que cuando se trata de un hombre es “literatura a secas”.¿Alguna vez se ha sentido encasillada por el hecho de ser una mujer?
Me enfado solo de pensarlo, pero Almudena Grandes tenía razón y no pasa sólo en literatura. Es como el mundial de ciclismo y el mundial femenino de ciclismo; o como en atletismo, donde existe la categoría femenina y la categoría absoluta.
De todas maneras, nunca me he sentido encasillada en el sentido de que se espere de mí que escriba algo determinado. Aunque sospecho que es porque soy una inconsciente y, en lo que respecta a lo que escribo, hago lo que me da la gana.
No me consta haber tenido más dificultades para publicar por ser mujer; de nuevo, sospecho que porque no me comparo. Voy a lo mío y conozco mis dificultades, pero no las facilidades de los demás. Lo que sí me ha pasado es que, después de impartir una charla de una hora de duración, un hombre cogiera el micrófono y explicara exactamente lo mismo que yo. Afortunadamente, tuve la presencia de ánimo para preguntar al público si no era la segunda vez que oían lo mismo esa tarde. Hubo aplausos.
Es usted la directora y profesora de La Escribeteca, ¿cómo surge este proyecto? Cuéntenos sobre él.
La Escribeteca es el penúltimo paso en mi empeño por ayudar a escritoras poco experimentadas a escribir más, escribir mejor y sentirse más satisfechas con ellas mismas durante el proceso. Al final, escribir es eso, un proceso de transformación: de las ideas en historias y de las personas en autoras. Algo mucho más sencillo de lo que parece. Aunque eso no quiere decir que sea fácil.
Es una plataforma web con cursos, talleres, un blog, un podcast… Y mi único objetivo es «desfacer los entuertos» literarios que se han creado a lo largo de los años debido a los muchos mitos que existen sobre la escritura. Por ejemplo, yo no creo en las musas, sino en las sinapsis, que se pueden entrenar. Y no creo que las escritoras sean personas especiales tocadas por una mano divina. Son personas normales que escriben con una intención estética clara.
Creo en el trabajo, en la repetición y en que hay cosas muy simples que se pueden hacer para convertir una idea en una historia. De hecho, la base de la que parte todo el proyecto, es que lo único verdaderamente imprescindible para ser escritora es escribir. A partir de ahí he construido una comunidad muy bonita a la que todo el mundo está invitado.
Sí, los hombres también. De hecho, hay varios.
¿Qué escritoras y escritores recomienda usted a sus alumnas/os? ¿A cuáles no recomendaría jamás?
En cuanto a la primera pregunta, la verdad es que depende de para qué sea la recomendación. No es lo mismo una alumna que una amiga. A mis amigas les recomiendo los libros que me gustan y los que creo que pueden gustarles a ellas aunque yo no los haya disfrutado; cualquiera de Almudena Grandes, por ejemplo. A mis alumnas les recomiendo autoras que trabajan determinadas herramientas. Lo último que he recomendado ha sido 5 horas con Mario, de Delibes. En general uso referencias muy actuales. Podría acudir a los clásicos, pero no me parecen ideales como recurso didáctico.
Y en cuanto a lo que no recomiendo, procuro no desrecomendar nada. Si alguien me pregunta sobre una obra concreta y no me ha gustado, doy mi opinión. Pero creo que pedir a mis alumnas que eviten a determinadas autoras o autores por sistema no les hace ningún favor. Leer bien es la segunda mejor manera de aprender a escribir (la primera es escribir mucho y mal). Y para leer bien hay que desarrollar un criterio propio.
¿A qué retos cree usted que se enfrentanlas/os jóvenes escritoras/es?
El capitalismo es el peor enemigo de cualquier disciplina artística. Lo hablo a menudo con compañeras de profesión: las novedades se hacen viejas en quince días, lo que nos obliga a escribir muy rápido para estar presentes. La presencia es vital: si no se te ve no existes. Esa prisa te obliga a presentar al público obras que podrían ser mejores.
Esto en escritoras profesionales se puede sortear… más o menos. Cuando hay oficio, algunos errores no se cometen, o no se cometen tanto, o se disfrazan. Pero las nuevas escritoras, las que carecen de la experiencia necesaria, tienen la misma prisa y la mitad de herramientas.
Me da mucha pena que el funcionamiento del mercado no permita madurar a las autoras ni a las obras.
Y la manera de evitarlo es trabajar de espaldas al mercado, lo que hasta cierto punto te aleja del éxito comercial… La pescadilla famosa que se muerde su famosa cola.
¿Las españolas y los españoles escriben bien?
Las españolas y los españoles, como el resto de seres humanos, se comunican mal a todos los niveles. Solo hay que echar un vistazo a las tertulias televisivas y las redes sociales. En general escribimos mal.
Ahora, las españolas y los españoles que deciden dedicar tiempo y esfuerzo a la escritura escriben tan bien como en cualquier otro perímetro geográfico. No creo que existan grandes diferencias de calidad entre una española, una chilena, una filipina, una china o una nigeriana, por mencionar algunos países.
Por favor, dígame un truco para no poner tantos “peros” y “ques” en un texto.
Por ejemplo, este que compartía en Instagram.
"El SIGNIFICADO siempre es lo más importante.
Es probable que no encuentres la palabra justa para expresarte hasta que sepas lo que quieres decir.
A veces, además, no bastará una sola palabra, sino que te hará falta cambiar una frase entera o un párrafo.
Y no debes tener miedo de cambiar lo que has escrito las veces que haga falta. Hasta que se convierta en lo que quieres escribir.
Las palabras no se tallan en mármol de carrara. Puedes escribir y reescribir. De hecho, reescribir es el corazón del oficio de escritora.
Por eso la práctica se convertirá en tu mejor aliada.
Motivo por el cual te merece la pena echarle un vistazo a La Escribeteca. Puedes empezar completamente gratis en el link de mi bio.
¡Feliz escritura!"
Si solo pudiera elegir una opción ¿prefiere entretener o innovar?
Es que no veo una dicotomía real aquí. A veces me preguntan algo parecido: ¿prefieres la alta literatura o la literatura de género? Y yo prefiero la alta literatura de género.
Se puede entretener innovando. Y si no, que se lo digan a Mary Shelley o a Cervantes.
Sus dos palabras favoritas.
Escaramujo y somormujo. Todavía no he podido utilizarlas en un texto literario. Una vez lo hice y me obligaron a quitarlas porque era muy evidente que pretendía lucirme. Algo que suelo pedir a mis alumnas que no hagan porque queda fatal y saca a las lectoras de la lectura.
Son conocidos sus trabajos ambientados en ficciones no realistas (Sci-Fi, Fantasía, Terror). ¿De qué forma intentaría convencer a un fan del realismo para que probase suerte con alguno de estos géneros?
Sospecho que las personas con prejuicios contra los géneros no realistas lo que tienen en realidad es miedo a ser juzgados. Así que les pediría que fuesen valientes. Una vez abandonado el Telediario en favor de una novela, la realidad ya ha quedado atrás. Además, nadie sabrá nunca que ocultan un libro de Stephen King o Ursula K. Leguin tras los tomos de Tolstoi.
Como decíamos, usted ha trabajado el Terror. En cuanto al cine, el factor audiovisual suele ayudar a que los espectadores alcancen más fácilmente el clímax que supone el espanto ¿En literatura esa explosión es más difícil de alcanzar?
En literatura no hay sustos, así que tenemos que jugar con otras herramientas. El terror es un género especialmente difícil porque en gran medida consiste en asustar a alguien que está cómodamente sentado en su salón mientras pasea su vista por una serie de caracteres negros sobre fondo blanco.
Afortunadamente, las autoras de terror no persiguen que las lectoras den un respingo en determinada escena. Las buenas autoras de terror son sembradoras. Cuentan historias que plantan en las lectoras la semilla de lo horrible, de lo espeluznante. Y esas semillas germinan en los momentos más insospechados.
¿Es más de Ciencia ficción dura o Cyberpunk?
De ciencia ficción social. Voy a volver a mencionar a Ursula K. Leguin aquí.
Un personaje de ficción al que le gustaría conocer
La adulta que hay en mí sabe que la niña lo pasaría fatal conociendo a cualquiera de ellos. Los personajes de ficción son maravillosos porque son ideas construidas entre dos personas: la escritora y la lectora. Conocerlos supondría hacerlos reales y eso los mataría.
Dicho lo cual, a la Sansa Stark, de Juego de Tronos. La de la serie de televisión, porque la de las novelas no sé cómo termina. O a Reagan, la niña de El Exorcista.
Recomiéndenos un libro (no necesariamente ficción), un disco y una película.
Las tumbas de Atuan, de Ursula K. Leguin.
El espíritu del vino, de Héroes del silencio.
Love actually, de Richard Curtis.
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