Megas Oliver: una película contra el tiempo.
Marcos Rafael Cañas Pelayo.
Doctor Europeo por la Universidad de Córdoba. Profesor de Geografía e Historia en el IES Fidiana.
Bajo las apariencias de erudición y almacenamiento neutral de hechos del pasado, el edificio de la Historia está plagado de campos de batalla. Las distintas tendencias historiográficas muestran gigantescas discrepancias entre sí, por no hablar del subjetivismo de las fuentes primarias o la traicionera memoria oral. En materia de personajes de la Antigüedad, ese pulso se acentúa, puesto que los siglos de distancia parecen permitir una reinterpretación completa de personalidades que, en muchos casos, oscilan entre los dominios de Clío y el reino del mito. A esas alturas, ninguna personalidad posee el aura de Alejandro III de Macedonia, más conocido para la posteridad como Alejandro Magno (336-323 a.C.).
Pese a ello, pareciera que el hombre que encabezó a la coalición griega a la conquista del imperio persa no ha alcanzado en el celuloide la misma popularidad que, indiscutiblemente, todavía posee en otros campos de la ficción como las novelas históricas, los videojuegos o incluso el cómic. Irónicamente, es curioso que admiradores incondicionales de Alejandro como Julio César o Napoleón Bonaparte hayan tenido mucho más eco en el séptimo arte que su propio referente. De hecho, hasta el film que nos ocupa en este artículo, Alejandro Magno (2004) de Oliver Stone, la más llamativa representación de este mito del helenismo debía remontarse nada menos que a 1956: hacemos referencia aquí a la cinta homónima de Robert Rossen, un magnífico cineasta que, pese a ello, se hallaba en horas bajas cuando intentó acometer la empresa de narrar tras las cámaras al intrépido macedonio encarnado por Richard Burton[1].
Con muchas expectativas creadas por tratarse del director de Platoon (1986), además de contar con celebridades como Anthony Hopkins, Colin Farrell o Angelina Jolie en el casting, aquel largometraje supuso un importante revés para el cineasta, si bien su acogida en salas de proyección extranjeras permitió equilibrar la balanza de gastos de la superproducción (Sobczynski, 2014), la cual tenía capital europeo (Alemania, Países Bajos, Reino Unido, etc.), además de la distribución de la Warner Bros.
El hombre que rompió el nudo Gordiano había sido una de las obsesiones de Oliver Stone desde fecha temprana, algo de lo que deja constancia en su propia biografía (Stone, 2023). Sin embargo, lo titánico de la tarea, el elevado presupuesto que requeriría y las propias polémicas del director[2] convirtieron la realización de dicho proyecto en una homérica tarea que únicamente culminaría décadas después. Sean Stone, su propio hijo, lo recrea con energía en el interesante documental Fight Against Time: Oliver Stone’s Alexander (2005), una visión intimista de la superproducción. Nada de eso impidió feroces críticas que ponían en la punta del iceberg cuestiones como que Farrell apenas es un año más joven que una Angelina Jolie, quien debía encarnar a su progenitora. A nivel nacional, no ayudaba el fuerte enfrentamiento ideológico mantenido por el artista contra la administración de George W. Bush (Burkeman, 2008), algo que quiso marcar en su propia cinta, especialmente durante las acciones del hegemón de Grecia en la actual Afganistán, casi postulando al conquistador como la antítesis del presidente norteamericano (Antela-Bernárdez, 2022: 125).
Una animadversión que parece haber opacado varios aciertos de la cinta. Por ejemplo, si bien no abunda en batallas (solamente aparecen Gaugamela e Hidaspes), estos momentos de acción se lograron con un rigor atípico en cuanto a que el cuerpo de extras fuese capaz de usar las sarissai (Alonso, Mastache y Alonso, 286-287) de una forma adecuada y que se aproximase a esa vital reforma introducida por Filipo II en el ejército macedonio. Colin Farrell y sus compañeros cabalgan sus monturas sin silla, recreando con verosimilitud una de las maniobras predilectas del célebre conquistador: el martillo y el yunque, emplear a su infantería para fijar al oponente y poder asestar el golpe definitivo con su caballería.
Conviene añadir que, ocurriendo esto asimismo con otros directores como Ridley Scott, desde el lanzamiento al mercado del DVD en 2005 comenzaron a surgir versiones personales del propio Oliver Stone. Curiosamente, el primer Director’s Cut duraba 167 minutos, menos incluso que la cinta distribuida, criticada por su excesivo metraje por el gran público (Sobczynski, 2014). Apenas dos años después editó un Final Cut que reemplazaba 25 minutos del estreno original, pero añadiendo hasta 40 de escenas añadidas nunca antes vistas. Con motivo del décimo aniversario del estreno, llegaría otra versión definitiva, la cual será en la que nos basaremos en nuestro artículo, puesto que la juzgamos más fiel a la imagen que Stone quería transmitir de Alejandro Magno.
Sea como fuere, cualquiera de las versiones que pongamos en el reproductor arrancan con un sentido homenaje a la estructura narrativa ofertada por Orson Welles y Herman J. Mankiewicz en Ciudadano Kane (1941): comenzar con la muerte del principal protagonista[3] y a partir de ahí reconstruir su azarosa vida a través del testimonio de otros. Sin embargo, mientras que la ópera prima de Welles es una historia profundamente coral, Stone apostará por usar a un envejecido Ptolomeo I de Alejandría (Anthony Hopkins). Un acierto desde el punto de vista histórico, puesto que el general macedonio fue uno de los miembros del círculo de confianza[4] del rey en su campaña a Asia y posteriormente buscó emularle como uno de los más habilidosos Diádocos en el festín de cuervos que supuso su muerte y el reparto de su imperio.
Existen muchas maneras de aproximarse a una cinta como Alejandro Magno. Por ejemplo, desde el punto de vista didáctico (Cañas Pelayo, 2020: 24-34) por su forma de recrear una época tan compleja dentro del marco helenístico o el célebre formato del making of que nos aproxima a las curiosidades del rodaje y la intrahistoria del montaje de la obra del celuloide (Lane Fox, 2005). De cualquier modo, para nuestro texto hemos dividido la pieza en varios temas y personajes fundamentales, los cuales vertebran y dan sentido a un largometraje visceral, casi tan ambicioso como el propio protagonista al que quiere recrear.
La de los cuatro nombres
El pleito entre la ficción dramática y ceñirse fielmente a los acontecimientos conocidos es uno de los retos que aborda cualquier biopic de un personaje de la Antigüedad. Dentro de las críticas contrarias a la obra de Oliver Stone, no sería justo acusar al director de esquivar un interesante debate historiográfico del que él mismo participó. Sin ir más lejos, el cineasta cerró con unas reflexiones la interesante recolección de ensayos titulada Responses to Oliver Stone’s Alexander: film, history, and cultural studies (Carltledge y Rose Greenland, 2010).
A lo largo de sus páginas, pocas voces autorizadas en la materia se mostraron tan incisivas como Elizabeth D. Carney, quien censuraba que la epopeya del film parecía tener como principal y único motor el deseo edípico de Alejandro por su madre, Olimpia de Epiro. Una celebridad de Hollywood como Angelina Jolie fue la encargada de interpretar a una figura enigmática que tuvo, en realidad, cuatro nombres. Fue criada como Políxena en el seno de la aristocracia molosa, con un visible orgullo por descender del linaje mítico de los Eácidas, los cuales venían de Neoptólemo, hijo del mismísimo Aquiles. Teniendo en cuenta la obsesión de Alejandro (bien visible en el largometraje de Stone) por el guerrero mirmidón, está claro la importancia que daba a esa herencia materna.
Posteriormente, cambió su nombre al de Myrtale al convertirse en la cuarta (o quinta, según las interpretaciones) esposa del polígamo Filipo. Suele haber consenso en pensar que ambos jóvenes aristócratas se conocieron en plenos ritos mistéricos de Samotracia, algo que también recoge el largometraje que nos ocupa, especialmente con el papel que la madre del protagonista da a las serpientes dionisíacas con las que intenta familiarizar a su hijo. Seguidamente, una victoria de los caballos de su marido en plenos Juegos Olímpicos la convencieron de usar el nombre propagandístico de Olimpia. Ya con su hijo fallecido, lideró a la facción que protegió a su nieto bajo la identidad de Estratonice. En aras de evitar la confusión, el personaje de Jolie en el celuloide solamente usará esa denominación.
Carney, una excelente conocedora de los tópicos alrededor de las mujeres célebres de la Antigüedad, censura la imagen estereotipada que se da de una dama fascinante y generalmente vilipendiada por las fuentes. Los derramamientos de sangre propiciados por Olimpia y su tratamiento de los enemigos políticos no son en nada distintos a los que Alejandro y el propio Filipo ejercitaron por sí mismos, en un marco lógico dentro de la caníbal dinastía de los Argéadas y una Casa Real que no brindaba ningún derecho al primogénito, exigiéndose una elección que era el campo de cultivo perfecto para conjuras levantiscas de la nobleza.
Si los argumentos de la investigadora erudita se presentan con solidez y rigor, no es menos llamativa la capacidad de Stone para aceptar la crítica y rebatir algunos de sus puntos en un mismo plano académico, propiciando el foro idóneo de los dominios de Clío, alejado de los dogmatismos y admitiendo los tonos grises. En resumidas cuentas, reconocería haber usado un estereotipo, pero con una actriz capaz de hacer una fusión de Medea con las grandes damas de la actuación que él busca en la gran pantalla: desde Bette Davis a Faye Dunaway.
Los pecados del padre
Val Kilmer había sido la primera elección de Oliver Stone a la hora de encarnar a Alejandro en la película que tanto tiempo llevaba albergando su imaginación. Sin embargo, llegada al fin la ocasión, el actor de origen californiano y con antecedentes en su árbol genealógico tanto europeos como cheroquis, no estaba en la edad adecuada para dar vida al conquistador macedonio. Sea como fuere, el cineasta juzgó que su condición de veterano le hacían la mejor candidatura para ser Filipo II, el padre del protagonista.
Este simple hecho provoca un juego metaficcional sumamente interesante. Actualmente, la figura del padre de Alejandro va subiendo enteros en cuanto a su valoración como político y estratega, juzgándolo el auténtico arquitecto de la maquinaria militar que su afamado retoño elevó a la perfección. La ironía es que la propia gloria de su sucesor oscureció a un personaje histórico fascinante que, al igual que le sucedería centurias después a Marco Antonio, tuvo la mala fortuna de caer bajo la pluma de un brillante orador y opositor que lo despellejaría en las célebres Filípicas (López Eire, 1998).
La dinámica de Kilmer y Farrell va en consonancia, puesto que el primero puede observar en el segundo el papel que él mismo debería haber llevado a cabo en sus años de plenitud. El conflicto paterno-filial es uno de los motores de la propia biografía de Oliver Stone, algo que hace realmente emotivas algunas secuencias entre Filipo y Alejandro, especialmente cuando el primero lleva al niño a una antigua cueva donde hay pinturas que destacan horribles sucesos de la mitología griega. Frente a los cantos de gloria que hay en su adorada Ilíada o el convencimiento de Olimpia en su grandeza inherente, el rey de Macedonia quiere que su heredero comprenda el terrible precio que se debe pagar por querer volar tan alto como Ícaro. La comprensión del muchacho es realmente notable para alguien de su edad, mostrando una mano tendida plagada de compasión cuando comprende el precio que su padre ha pagado por todo lo alcanzado; Filipo, aturdido, termina volviendo sobre sus propios pasos.
El hermoso momento no está exento de algunos errores históricos. El soberano de Pella afirma que Hércules fue castigado tras sus heroicos trabajos con la enajenación que le hizo matar a sus propios hijos; en realidad, las doce pruebas ocurren después del terrible crimen. De cualquier modo, el repaso a otras célebres historias como la de Edipo sirven para acentuar como el Filipo de Val Kilmer quiere advertir a Alejandro contra su propia madre, además de definir el turbulento reino donde viven con una frase amarga: Un rey debe estar dispuesto a herir a aquellos que ama.
En su montaje definitivo, Stone busca homenajear a Plutarco con dos eventos paralelos en lo emocional y muy distantes en la cronología: el asesinato de Filipo II y la muerte del oficial Clito, el Negro[5] (interpretado con gran sobriedad por Gary Stretch) a manos del propio Alejandro. Especialistas como Mary Renault (2004) han descartado que alguien tan supersticioso como el conquistador macedonio cometiera un crimen tan nefasto como el parricidio, si bien autoras de cómic como Isabelle Dethan (Yo maté a Filipo II) juegan con la posibilidad de que el por entonces príncipe dejara hacer a Pausanias de Orestes, miembro de la guardia personal del monarca que le apuñaló durante los festejos en el teatro de Egas (Agudo Villanueva, 2024: 309-326).
Amparada en la extraordinaria banda sonora de Vangelis, el largometraje apunta de forma clara a Olimpia, hábil a la hora de aprovechar la sed de venganza de Pausanias tras los ultrajes que sufrió durante un banquete regado en vino. Igual que con la muerte de JFK, el planteamiento de Stone nos deja una duda incierta que asola al propio protagonista, quien quizás podría haber hecho más para evitar el magnicidio y que se halla en tal shock que únicamente la intervención del mejor de sus amigos le permite proclamarse rey en medio del estupor generalizado de los macedonios y sus invitados griegos. El espectro de Filipo será poderoso y le observaremos en momentos de máxima tensión como los motines que Alejandro empieza a sufrir de sus tropas. No en vano, entre los improperios que le lanza Clito, la daga que más duela al monarca es el recordatorio del Negro de que Filipo planeó toda la invasión de Asia y que su hijo se ha aprovechado de sus logros, ninguneándolo con el parentesco con Zeus.
El favorito
Robin Lane Fox es el autor de una de las obras más interesantes y completas sobre las campañas de Alejandro Magno. Sorprende poco que fuera requerido por Stone para ser el asesor histórico de su largometraje. Naturalmente, ello suponía una difícil alianza entre el purismo de los acontecimientos y las necesidades dramáticas de una obra que debe atraer al máximo posible de personas a sentarse en las butacas de la sala de proyección. En su amplia investigación sobre las fuentes del rey macedonio, el erudito incluyó una carta posterior a la época donde un filósofo cínico se permitía una broma a costa de las debilidades del comandante imbatible: «Alejandro solo había sido derrotado por los muslos de Hefestión».
Fox se quedó sorprendido de que el cineasta decidiera incluir cuanto antes en su obra una cita que le resultaba muy significativa para entender a una de las presencias más prominentes dentro del círculo de confianza de los Compañeros que Filipo había escogido para la educación de su hijo. Mediante un flashback nos trasladamos a los años de formación física del joven príncipe, quien pasa un mal rato ante la habilidad combativa de su camarada Hefestión. El instructor en el filme es Brian Blessed, un actor británico de prominente voz con resabios shakesperianos que ya había sido celebrado por su emperador Augusto en la galardonada Yo, Claudio (1976) de la BBC.
Desde luego, no estamos ante una mera escena de acción. Blessed describe a los muchachos (Pérdicas, Nearco y otros futuros generales de Macedonia) los sinsabores que deberán pagar por su posición privilegiada. Habrán de batirse con tribus en las fronteras, comer frugalmente como sus soldados y no exigirles nada que ellos mismos no puedan acometer. El largometraje se aleja del extremo espartano que podemos hallar años después en 300 (2006) de Zack Snyder, adaptación con licencias del célebre cómic de Frank Miller. Frente a la derrota contra Hefestión, el profesor de los muchachos los separa y censura el mal perder de Alejandro. «Luchaste bien, pero perdiste» es la moraleja que le deja y fuerza al hijo de Filipo a estrechar la mano de quien será su futuro mejor amigo… y algo más.
Especialistas en la cuestión han incidido que el film evita poner una escena sexual explícita entre los dos hombres por motivos similares a los que llevaron a Wolfgang Petersen a evitar mostrar en Troya (2004) que entre el Aquiles de Brad Pitt y su primo Patroclo había vínculo sentimental que escapaba al mero parentesco (Alonso, Mastache y Alonso, 2013: 279-280). Con todo, cabe añadir que la propuesta de Stone es más audaz a la hora de mostrar sin tapujos una bisexualidad que las élites griegas aceptaban con mucha más tranquilidad que un porcentaje de la audiencia estadounidense de aquel tiempo (Lapeña Marchena y Antela-Bernárdez, 2020) o incluso una célebre demanda por haber «mancillado» el honor de su héroe nacional a cargo de unos abogados griegos.
En realidad, solamente hay una escena erótica en Alejandro Magno. Nos referimos al momento en que conoce a una princesa en la montañosa Bactria que le deja embelesado con su danza. Estamos haciendo referencia a Roxana, caracterizada por la actriz Rosario Dawson. Una belleza exótica que, dentro de la versión libre de la película, va a suponer el primer encuentro heterosexual de Alejandro. Como en otros apartados del metraje, hay trampas cronológicas que incluyen que sigan vivos personajes que ya habían sido asesinados (por ejemplo, el curtido general Parmenión, uno de los mejores estrategas de Filipo y soporte vital de las campañas de su nuevo rey), probablemente para acentuar la repulsa de macedonios y griegos de convertir en esposa a una bárbara que, acorde a sus prejuicios, bastaría con que fuera otra concubina asiática más (Cañas Pelayo, 2020: 30).
En su versión adulta, Jared Leto sería el seleccionado para dar vida a un personaje siempre próximo al protagonista, pero de quien sabemos bastante poco de su vida. Mary Renault ha subrayado que nunca fracasó en ninguna misión que emprendió para su soberano y es un hecho histórico que intercambiaba epístolas con una mente tan aguda como Aristóteles, si bien resulta innegable que el hombre que más privacidad compartió con Alejandro suscitó no pocas envidias y odios del resto de la corte[6]. Stone se permite incluso la licencia de insinuar que Roxana tomó medidas drásticas para quitarse a un incómodo rival por el afecto de su esposo, si bien el film insiste siempre en exhibir a Hefestión como un confidente y amante delicado, incapaz de sentir celos por la princesa o el apuesto eunuco Bagoas (Francisco Bosch).
Amotinados contra la leyenda
Incluso los estudios más serios pueden caer involuntariamente subyugados por el carisma de los personajes de otra era, máxime si poseen el aura de Alejandro Magno. En la estimulante El muchacho persa, Mary Reanult usa la narración del eunuco Bagoas para justificar incluso el horrible asesinato de Clito, el Negro. Por su lado, Robin Lane Fox, fascinado por la sed de exploración geográfica del líder de la coalición helena, censura a sus tropas no haber comprendido las ambiciones de su caudillo y los adelantos que podría haber traído a la Oikumene. La cinta suele escapar a ese corsé del fascinado estudioso de la época, logrando en esos enfrentamientos con sus veteranos que entendamos el sufrimiento y el agotamiento de un ejército tan victorioso como agotado frente a la musa de la Historia, un joven líder que va dejando de empatizar con ellos y ahora quiere llevarlos a confraternizar con su antiguo adversario.
En un curioso paralelismo que habría enorgullecido a Plutarco, Alejandro Magno de Oliver Stone concluye con una última reflexión del Ptolomeo, interpretado por Anthony Hopkins: el antiguo general del conquistador juzga que aquella empresa y sueño terminó siendo un fracaso. Sin embargo, esa fallida intentona, a su juicio, brilla con más fuerza que cualquiera de los otros éxitos que él y otros dirigentes hayan podido tener. Admitiendo varias de sus flaquezas y decisiones controvertidas, son pocos los filmes históricos que mantengan soluciones tan sugestivas e incluso en sus incorreciones animen un verdadero debate historiográfico plagado de erudición.
BIBLIOGRAFÍA:
Agudo Villanueva, Agustín, Filipo de Macedonia, Deperta Ferro Ediciones, Madrid, 2024.
Alonso, Juan J., Mastache, Enrique Á. y Alonso, Jorge, La antigua Grecia en el cine, T&B Editores, Madrid, 2013.
Antela-Bernárdez, Borja, Alejandro Magno: Infancia y juventud, Dilema Editorial, Madrid, 2022.
Burkeman, Oliver, “W and I”, The Guardian, 4 de octubre de 2008. Enlace en red: https://www.theguardian.com/film/2008/oct/04/oliver.stone.george.bush
Cañas Pelayo, Marcos Rafael, “Alejandro Revisitado”, Making Of: Cuadernos de Cine y Educación, nº 155 (2020), pp. 24-34. Enlace en red: http://www.centrocp.com/alejandro-revisitado/
Cartledge, Paul y Greenland, Fiona Rose (eds.), Responses to Oliver Stone’s Alexander: film, history and cultural studies, The University of Wisconsin Press, Wisconsin, 2010.
Everitt, Anthony, Alejandro Magno, Edhasa, Barcelona, 2019.
Lane Fox, Robin, “Alejandro Magno: ¿Por qué todo el mundo odia esta película?”, El Mundo, 31 de diciembre de 2004. Enlace en red: https://www.elmundo.es/metropoli/2004/12/31/cine/1104447606.html
Domínguez Monedero, Adolfo Jerónimo, Alejandro Magno: Rey de Macedonia y de Asia, Sílex, Madrid, 2013.
Goldsworthy, Adrian, Philip and Alexander: Kings and conquererors, Basic Books, New York, 2020.
Lane Fox, Robin, The Making of Alexander: The Official Guide to the Epic Film Alexander, R and L, Oxford, 2005.
Lane Fox, Robin, Alejandro Magno: Conquistador del Mundo, Acantilado, Barcelona, 2007.
Lapeña Marchena, Óscar y Antela-Bernárdez, Borja, Alejandro Magno en la pantalla, Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona, Barcelona, 2020.
López Eire, Antonio (ed.), Las Filípicas/Sobre la corona, Cátedra, Madrid, 1998.
Sobczynski, Peter, “A Reappraisal of Oliver Stone’s Alexander: The Ultimate Cut”, RogerErbert.com, 24 de junio de 2014. Enlace en red: https://www.rogerebert.com/streaming/a-reappraisal-of-oliver-stones-alexander-the-ultimate-cut
Stone, Oliver, En busca de la luz: Memorias de Oliver Stone, Cult Room, Barcelona, 2023.
Stone, Oliver y Kuznick, Peter, La historia silenciada de los Estados Unidos, La Esfera de los Libros, Madrid, 2015.
NOTAS
[1] Como curiosidad, citar asimismo el telefilm de 1968 de William Shatner que se antojaba la antesala de una serie para la pequeña pantalla.
[2] Sabida su afiliación al Partido Comunista, Stone no ha escondido una visión propia muy particular de la Historia de su país, algo palpable en largometrajes como JFK: Caso abierto (1991) o su misma producción bibliográfica (Stone y Kuznick, 2015). En vísperas de su epopeya sobre el líder macedonio, el director se encontraba en el ojo del huracán por su entrevista a Fidel Castro, plasmada en Comandante (2003).
[3] Si el magnate Kane muere pronunciando la enigmática palabra “Rosebud”, el Alejandro de Stone comienza expirando en Babilonia ante la atenta mirada de sus generales para ver quién recibe el anillo del dueño de Asia y Grecia.
[4] Buscando cargar las tensiones de los Compañeros de Alejandro, el film adelante muchísimo la llegada de Casandro (Jonathan Rhys Meyers). Hijo del regente Antípatro, este personaje encabezó un sistemático exterminio de la familia de su aborrecido rival.
[5] Nos hallamos ante un secundario de capital importancia en la epopeya. En el film salva a Alejandro de morir en Gaugamela, pero dicha intervención históricamente ocurrió en el Gránico (334 a.C.). La hermana de Clito, Lanice, había amamantado al propio Alejandro de bebé. Su asesinato en plena discusión en Maracanda se convirtió en un exponente de las fuentes griegas de un hombre libre frente a un tirano, negativo al ritual de la proskynesis. Novelas históricas como El muchacho persa acentúan el lado menos luminoso de la facción encabezada por Clito, profundamente negativos a confraternizar con los bárbaros persas que su soberano ahora estaba incorporando al ejército, además del rencor a favoritos como el eunuco Bagoas. El film de Stone muestra un pasional equilibrio, puesto que es fácil entender tanto la postura decepcionada de Clito como los propios miedos de Alejandro a la hora de afrontar un nuevo complot contra él, teniendo en el recuerdo la conjura de los pases que acabó salpicando al Compañero Filotas y al mismísimo general Parmenión, horas realmente turbulentas para el reinado.
[6] Otras voces autorizadas como la de Anthony Everitt subrayan que Hefestion bien pudo ser aupado en el escalafón militar por cuestiones ajenas a sus méritos, además de haber tenido un papel realmente oscuro en la tortura de Filotas, el hijo de Parmenión cuyos cargos fueron codiciosamente repartidos por sus antiguos camaradas.
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