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Kafka y el método.







Kafka hablaba de seres solitarios y perdidos, abrumados por los grandes poderes. Aplastados por burocracias despiadadas, sometidos a procedimientos inhumanos. Temblando de vida frente a la racionalización de todo.

Vivos frente a la Técnica y la Razón Abstracta. Sangrando frente a los papeles muertos. Intentando comunicarse con los poderes inasequibles del Castillo, de los Jueces. Seres solitarios y abandonados, desconectados de todo. Kierkegaard había hablado de temor y temblor ante un Dios incomprensible; Kafka habló de estupor y abandono ante un Poder Racionalizador, ante la Frialdad del Método.

Yo también vagaba a veces por las calles de Compostela y le preguntaba a María Magdalena en la fachada de su iglesia. O a los Profetas antes de que los «restauraran» y los pusieran Chillones y Repintados. Cuando me sentía deprimido caminaba durante horas por toda la ciudad hasta agotarme. Lo mismo hacía mi abuelo, un escritor olvidado, cien años antes, en la época de Kafka, el mismo que escribió la novela «La risa de Dios», donde solo somos un juguete en las manos de Dios.

Los dos éramos una protesta metafísica de lo vivo contra lo muerto, de lo callado contra lo chillón. Igual que ahora callamos con palpitación frente a la Técnica Endiosada. Somos ese silencio, somos esa mirada de ojos grandes llena de espíritu y de sombra. Tal vez el centenario de Kafka sirva para que algunos lo lean de verdad.

Y también Kafka conectaba con la saudade gallega. Según Ramón Piñeiro, la saudade es el sentimiento de soledad ontológica, de singularidad abandonada. Kafka habla de soledad metafísica, de extrañeza esencial. El hombre extrañado ante ese mundo extraño y super-racionalizado. Y, por eso, muerto. También Risco hablaba de seres inadaptados. Publicó «Nos, os inadaptados», pero todos lo desmintieron, y al final quedó en «Yo, el inadaptado».

Tampoco él aceptó la racionalización simplificadora e inhumana. Y cuando fue a Berlín en 1930 seguro que pisó sobre los pasos de Kafka. Siempre admiré a Risco, un ser solitario como Kafka, que escribió sobre los mitos y sobre la biografía del Diablo. Y casi ganó el Nadal con una novela sobre simbolismos en la Edad Media, «La puerta de paja».

La gente habla de la época nacionalista de Risco y de la época franquista. Pero eso son superficialidades simplistas. A mí me interesa el Risco inadaptado de siempre, el solitario como Kafka. El que escribió «Nosotros, los inadaptados». El que se burló en «Los europeos en Abrantes» de los que antes de meterse en el agua para nadar hacen cálculos sobre dimensiones y métodos para nadar.

En «América», el expulsado Frank sueña un futuro de esperanza al otro lado del mar, pero en el barco se pierde y, luego, se pierde en una mansión junto a Nueva York. Siempre está perdido. ¿Y de dónde saldría el barco de Frank a Nueva York? Muchos barcos a América salían de Vigo. Seguro que Frank salió de Vigo.

Los gallegos, en el tópico, se esconden y no dicen mucho sobre sí mismos. No se sabe si suben o bajan. Protegen su intimidad y no les gusta la burocracia. Son desconfiados e intimistas. Lo mismo que Kafka. En realidad, sabemos muy poco del Agrimensor, de Gregorio Samsa. No nos dicen mucho sobre sí mismos. Pero sabemos que están ahí.

El estilo de Kafka en realidad es la falta de estilo. Es voluntariamente elusivo y callado. Pero nos dice que está ahí, como en un hueco, como en el negativo sin revelar. Nos habla de la angustia y del callar. Y del enigma y la equis. Estaba agobiado por el método. Y, luego, le aplicarían métodos y técnicas a sus escritos. Pero ahí estaba él, latiendo en negativo, sin método. Protestando en silencio contra el Método Omnipotente.

Yo como un solitario fui a Kafka a buscar a un solitario. Y lo visité en la casita donde vivió, en la Calle del Oro, dentro del Castillo. Era el año 88 y era mi primer viaje al extranjero. Quise que mi primer viaje importante fuese para ver a Kafka.

Antonio Costa Gómez.

Licenciado en Filología Hispánica e Historia del Arte. Profesor y escritor. Ganador de los premios Amantes de Teruel y Estafeta Literaria. Finalista del Casino de Mieres, el Nadal (1994), el Herralde (2014) y el Azorín (2018). Apareció en las antologías Poesía Española Última (Austral, 1983) y Elogio de la Diferencia (Cajasur, 1994). Sus obras han sido traducidas al francés y al rumano. Le gusta Jacqueline Bisset y el vino tinto.