Un octubre más, Sitges vuelve a transformarse en el epicentro del cine fantástico y de terror con su 57ª edición, donde convergen desde las leyendas del género hasta los talentos emergentes más prometedores. Bajo la atenta mirada de su emblemático King Kong, el Festival de Cine Fantástico y de Terror abre un portal hacia universos insólitos y perturbadores, llevando a la gran pantalla desde criaturas extraordinarias hasta lo más oscuro de la mente humana.
Con un total de 116.909 entradas vendidas, se unen en este espacio único cinéfilos de todas las clases, directores y directoras, actrices y actores, para rendir homenaje a una industria que cada vez posee más adeptos. Durante años, tanto el cine de terror como el fantástico han sido grandes incomprendidos, despojados injustamente de su profundidad por parte del público. Sin embargo, ambos son medios perfectos para tratar aspectos complejos que preocupan al ser humano, poniendo en evidencia sus puntos más débiles. De esta forma, los films de terror a los que se ha medido su calidad erróneamente según el grado de miedo que consiguen transmitir, denuncian injusticias sociales, la deshumanización de la sociedad y aborda cuestiones de género, racismo y corrupción humana. También reflexionan sobre las consecuencias de una tecnología mal usada, la pérdida de identidad, el miedo a la muerte o a lo desconocido y alertan sobre los efectos devastadores del daño ambiental. En cuanto a las películas fantásticas, temas como la lucha entre el bien y el mal, el autodescubrimiento a través de viajes transformadores o el poder como agente corruptible se entrelazan, reflejando dilemas universales. Estas historias exploran la conexión con la naturaleza y el impacto de su destrucción, así como cuestiones trascendentales sobre la muerte y la inmortalidad, la rebelión y la lucha contra la opresión… En definitiva, ambos géneros sirven de espejo de lo que el director o directora desean transmitir, con unas reflexiones profundas sobre el espíritu humano, sus miedos y sus aspiraciones; pero en este caso, el espectador se enfrenta a todo ello de manera segura.
Eventos como el Festival de Cine de Sitges son un claro ejemplo de esto. A lo largo de las páginas siguientes, repasaremos algunos de los films que pudimos disfrutar durante nuestra estancia en el mencionado festival, invitando al lector a descubrir todos los temas que afloran de cada obra.
Un ejemplo de cómo el cine puede convertirse en una poderosa herramienta para transmitir ideas, exponer miedos y denunciar problemáticas sociales es la película Zero (2024), dirigida por Jean Luc Herbulot en una producción de origen norteamericano. En esta intensa película de 80 minutos, un estadounidense se despierta desorientado en un autobús en Dakar, Senegal, con una bomba adherida a su pecho y sin recordar cómo llegó allí. En su desesperado intento por liberarse, conoce a otro individuo en su misma situación. Juntos se ven obligados a participar en una carrera contrarreloj para salvarse, siguiendo órdenes de un misterioso personaje, cuyas demandas los llevan al extremo, incluso enfrentándolos al dilema de sacrificar vidas civiles.
Con un tono de humor negro, Jean Luc utiliza esta obra para abordar polémicos temas sociales. Por un lado, ofrece una crítica mordaz a EEUU que, según palabras del director durante la presentación de la película, “destruye y desestabiliza al resto del mundo”. Al mismo tiempo, reflexiona sobre la pobreza en Senegal, contrastando la ostentación del protagonista (con su lujoso reloj, abrigo de piel y traje caro) con la dura realidad de quienes viven en la miseria, pero encuentran felicidad más allá de lo material. A medida que los personajes reciben misiones moralmente cuestionables que los llevan a cometer crímenes contra personas aparentemente inocentes, emerge un propósito mayor: despertar al pueblo frente a la opresión occidental, reflejando un deseo de liberación. Este mensaje quedó subrayado por palabras del director: “Occidente es el culpable del ataque del pueblo musulmán”.
La película Zero combina acción, lucha y persecuciones a lo largo de sus 80 minutos de metraje, por lo que, en cuanto a su desarrollo, no nos consiguió cautivar completamente. Sin embargo, sí lo hizo con su mensaje provocador y su magnífica banda sonora. La cinta fue galardonada como mejor película en la sección Òrbita del festival, consolidando su impacto en la audiencia.
Las películas distópicas están en auge, como lo demuestra la creciente cantidad de producciones de este género en los últimos años. Estos films suelen abordar preocupaciones reales, como la destrucción del medio ambiente, el colapso de la humanidad y su fin como sociedad, los desafíos de la supervivencia y la deshumanización en la lucha por la vida. A lo largo de su prestigiosa trayectoria, el Festival de Sitges se ha consolidado como una plataforma clave para este tipo de cine, proyectando innumerables películas con esta temática, invitando a reflexionar sobre las realidades que enfrentamos en nuestro mundo contemporáneo.
Tal es el caso de la irlandesa Arcadian (2024), dirigida por Benjamin Brewer. Esta obra nos transporta a un mundo en decadencia, donde un padre (Nicolas Cage) y sus dos hijos luchan por sobrevivir a los constantes ataques nocturnos de misteriosas criaturas que deambulan libremente por los oscuros bosques. Al igual que Soy Leyenda, la familia disfruta de cierta libertad durante el día, pero al anochecer deben parapetarse en su granja, fortificándola con meticulosas medidas de protección. Todo se tuerce cuando uno de los hijos cae en una grieta y no logra regresar a casa a tiempo. A partir de este momento, los ataques a la granja se intensifican, obligándoles a enfrentarse cara a cara con estas aterradoras criaturas.
Fotograma perteneciente a la película Arcadian.
De manera semejante a la mayoría de películas postapocalípticas, como Un lugar tranquilo (Jon Krasinski, 2018), esta obra se centra, no solo en la lucha por la supervivencia, sino también en el profundo impacto emocional de vivir en un mundo devastado, en el que hay que hacer frente a la pérdida, la desesperanza y la soledad, reconociendo la importancia de la compañía humana para mantener la cordura. Este tipo de films se convierten así en una meditación sobre la fragilidad de la humanidad.
Este género, del que Arcadian no deja de ser un claro exponente, revela que, a pesar de las amenazas externas como criaturas monstruosas o zombis, el verdadero enemigo en situaciones extremas es la naturaleza humana. La competencia por los recursos limitados y el instinto de supervivencia desatan una lucha despiadada que se traduce en un “sálvese quien pueda”, impulsando a los personajes a cuestionar sus propios valores y decisiones morales. Los personajes de Arcadian deben hacer frente constantemente a dilemas de esta índole, ¿qué hacer cuando una familia herida acude a ti desesperada en busca de tus escasos medicamentos? Esta dinámica permite explorar temas como la descomposición social, ofreciendo una profunda reflexión sobre la ética y la moral en tiempos de crisis: ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para sobrevivir?
Más allá de la simple lucha por la supervivencia, Arcadian es también una historia de esperanza, centrada en la búsqueda de una segunda oportunidad y el esfuerzo por encontrar significado en un mundo que parece despojado de él. En medio de la adversidad, la película ofrece una mirada introspectiva sobre el valor de los lazos familiares y la capacidad de resistencia frente a un entorno implacable.
Destacan las actuaciones de Jaeden Martell y Max Jenkins, quienes interpretan a los hijos del protagonista. A pesar de su juventud y menor experiencia en la industria, ambos logran eclipsar a Nicolas Cage, llevando gran parte del peso emocional y narrativo de la película. Sin duda, seguiremos de cerca sus próximos proyectos. Aunque Arcadian ofrece una experiencia bastante entretenida, algunos elementos nos generaron dudas. Tal es el caso de las criaturas. En muchas ocasiones, sugerir su presencia resulta más efectivo que mostrarlas abiertamente, y este film confirma esa idea. Si bien su diseño no está del todo mal, su impacto se diluye al ser mostradas explícitamente. Su intimidante comportamiento antes del ataque, caracterizado por rápidas dentadas que generan tensión, pierde fuerza debido a la repetitiva y abusiva utilización de este recurso, que en ciertos momentos puede rozar lo ridículo. No obstante, la película compensa con algunas escenas visualmente poderosas, como aquellas en las que, y advierto de spoiler, las criaturas avanzan en una rueda multitudinaria envuelta en fuego.
En definitiva, Arcadian es un thriller distópico sencillo pero eficaz, que logra mantener el interés y ofrece momentos destacados pese a sus pequeños tropiezos.
Dentro de las numerosas proyecciones de temática postapocalíptica nos encontramos también con Azrael (2024), dirigida por E.L.Katz. Nominada a mejor película, nos introduce en un sombrío mundo devastado donde los humanos no pueden hablar. La joven Azrael, interpretada por Samara Weaving, lucha por sobrevivir en un bosque inhóspito, enfrentándose a un culto de fanáticos mudos y violentos empeñados en sacrificarla para calmar un mal ancestral.
Fotograma perteneciente a la película Azrael.
Este sangriento thriller de supervivencia destaca por su audaz narrativa sin diálogos, lo cual puede ser atractivo si la historia está bien desarrollada. Sin embargo, para nosotros esta narración no es suficiente y puede provocar que el público no termine de conectar emocionalmente con la protagonista ni con la historia. Es una consecución de persecuciones y sangre, con una narrativa que nos resultó fría y ni siquiera los momentos de acción más despiadados nos resultaron estimulantes. En definitiva, echamos en falta un verdadero impacto emocional. Visualmente, la película aprovecha el contraste entre naturaleza salvaje y el horror, logrando una atmósfera de tensión constante que resulta hasta cierto punto atractiva y angustiante.
Esta propuesta no solo profundiza en temas de aislamiento y supervivencia, sino que explora cómo la ausencia de lenguaje y comunicación aumenta la vulnerabilidad de los personajes, forzándolos a una comunicación rudimentaria a través de gestos y expresiones. Esta falta de habla no es otra cosa que la idea de la necesidad de conexión humana para sobrevivir en estos inhóspitos mundos. Además, esta limitación no solo aumenta el peligro inmediato al dificultar la supervivencia, sino que también acentúa la soledad emocional de los personajes. La falta de palabras impide la expresión completa de pensamientos, miedos y esperanzas, subrayando el aislamiento psicológico que acompaña al físico. Al mismo tiempo, esta exploración del lenguaje no verbal cuestiona nuestra dependencia de las palabras para construir relaciones y sobrevivir como sociedad. La obra plantea una reflexión más amplia: ¿qué sucede cuando las herramientas que nos hacen humanos (el lenguaje, la comunicación y la conexión) se ven reducidas a su mínima expresión? De este modo, el film no solo se centra en la supervivencia física, sino también en la lucha por preservar la humanidad en un entorno que amenaza con despojar a sus personajes de aquello que los define.
Otro caso de supervivencia extrema lo encontramos en la cinta estadounidense Please, don't feed the children (2024). En esta cinta, Destry Allyn Spielberg (hija del célebre cineasta Steven Spielberg), nos muestra un thriller de terror distópico que se desarrolla en un mundo devastado por una pandemia en la que el virus ha acabado con gran parte de los adultos. Los niños son asediados por considerarse el principal agente que infecta y un grupo de huérfanos emprenden un peligroso viaje a través de los Estados Unidos en busca de una nueva vida. Sin embargo, su búsqueda toma un giro oscuro cuando piden ayuda a una mujer (Michelle Dockery) que oculta un aterrador secreto en su hogar.
Como hemos observado en las películas mencionadas anteriormente, este film combina el terror con una profunda reflexión. A medida que los huérfanos atraviesan un paisaje desolado y plagado de peligros, los temas de supervivencia y la pérdida de la inocencia se convierten en el núcleo emocional de la narrativa, ofreciendo una exploración fascinante de la condición humana en un entorno postapocalíptico. ¿Hasta dónde seríamos capaces de llegar para sobrevivir? ¿Seríamos capaces de repudiar a los más vulnerables, los niños, para proteger a los adultos? ¿sacrificaríamos vidas inocentes por amor? ¿con quién contamos para nuestra supervivencia?
La acción y la tensión se acentúan en escenas sangrientas y crudas, que, si bien logran mantener al espectador al borde del asiento, en ocasiones se extienden demasiado, volviéndose innecesariamente explícitas y provocando un deseo de que acaben. Sin embargo, estas secuencias no son gratuitas; sirven para subrayar la brutalidad del entorno y las decisiones extremas que los personajes se ven obligados a tomar.
Esta historia no solo explora el horror de un mundo postapocalíptico, sino que también pone en primer plano el poder de la ayuda mutua y la unión como último recurso para la supervivencia colectiva. En medio de la desesperación, surge una luz de esperanza: la idea de que incluso en los tiempos más oscuros, la empatía y la solidaridad pueden ser las fuerzas que nos mantengan conectados y humanos.
Y llegamos al turno de Planète B, dirigida por Aude Léa Rapin, que ha recibido una buena acogida por parte de la crítica gracias a su audaz visión futurista, su narrativa provocadora y los profundos temas que aborda. De este modo, se convierte en una cinta relevante y reflexiva en el contexto actual, utilizando la ciencia ficción como una herramienta para explorar y cuestionar realidades sociales.
Cartel perteneciente a la película Planète B.
La historia sigue a Julia (Adèle Exarchopoulos), una activista ecológica en un mundo distópico donde estos defensores del medio ambiente son tratados como terroristas. Tras un atentado, despierta en un extraño lugar virtual llamado “Planet B”, un espacio donde los avatares de los presos políticos quedan atrapados a la espera de sus juicios. Paralelamente, Nour (Souheila Yacoub), una periodista inmigrante sin documentación perdurable, lucha por encontrar estabilidad en un país hostil, mientras enfrenta la incertidumbre de un sistema que la margina y excluye constantemente. A lo largo de la trama, ambas mujeres se verán obligadas a colaborar, uniendo sus fuerzas en una búsqueda común por la libertad y la justicia, desafiando las estructuras opresivas que las rodean.
Planète B es una reflexión provocativa sobre el estado del mundo, haciendo hincapié en la necesidad de un cambio social y ambiental. A través de sus personajes y su narrativa, Aude Léa Rapin invita a la audiencia a cuestionar las realidades de su propia existencia y el futuro que se avecina.
El film destaca por su enfoque ecológico, con Julia como representante de la lucha por la justicia ambiental. Su personaje refleja las preocupaciones actuales sobre el cambio climático y el activismo que busca un planeta más sostenible, en un mundo donde los defensores del medio ambiente son etiquetados como terroristas. Plantea una necesaria reflexión sobre la urgente necesidad de actuar para proteger el futuro del planeta.
Por otro lado, el personaje de Nour refleja las dificultades que enfrentan los inmigrantes, abordando cuestiones cruciales como la identidad y pertenencia en un entorno hostil. Visibiliza la experiencia de los inmigrantes en un mundo que con frecuencia los margina, niega y los oprime. Así, Nour luchará por encontrar un lugar en una sociedad que los rechaza, ofreciendo una crítica a los sistemas que perpetúan la exclusión y el miedo. En este contexto, cabe destacar la impactante frase de un inmigrante nacido en Irak “en mi país perder una pierna es como hacerse un esguince”. Esta sentencia subraya la cruda realidad de quienes, habiendo enfrentado traumas inimaginables, se ven aún más despojados de su dignidad y humanidad en un entorno que los deshumaniza.
El concepto de un resort virtual donde los prisioneros políticos son avatares esperando juicio es una metáfora poderosa sobre el uso de la tecnología como herramienta para controlar y limitar libertades. Este entorno digital plantea preguntas cruciales sobre lo que significa ser libre en un mundo cada vez más dominado por la tecnología. A través de los numerosos elementos tecnológicos presentes en la película, se construye una metáfora de control social, sugiriendo que las tecnologías, lejos de ser solo instrumentos de progreso, pueden ser utilizadas como mecanismos de opresión que restringen la autonomía y la dignidad de los individuos.
Fotograma perteneciente a la película Planète B.
A través de este mundo alternativo, Rapin explora la relación de los personajes con un sistema que no funciona, provocando que los derechos civiles se diluyan, además que dejar en evidencia la constante presión de la sociedad para que los individuos traicionen sus ideales y a aquellos que luchan junto a ellos en favor de un sistema corrupto.
En definitiva, la directora nos presenta una cinta que retrata un mundo desolador, no tan alejado del nuestro. Sin embargo, en medio de la oscuridad, ofrece luz de esperanza al resaltar la solidaridad, unión y ayuda colectiva como la clave para la salvación.
Ahora cambiamos de dirección para hablar de Call of water (2024), nominada a mejor película en este festival. Dirigida por Élise Otzenberger, esta obra francesa sigue a Sarah (Cécile De France), una madre que atraviesa una crisis personal y enfrenta un matrimonio complicado, mientras trata de entender el misterioso cambio en su hijo. Tras desaparecer unos instantes en la playa, el niño regresa completamente empapado frente al mar y con una extraña fascinación por el agua. A partir de ese momento, desarrolla una obsesión por sumergirse y pasar la mayor parte del tiempo en contacto con ella. Cuando Sarah intenta comprender su comportamiento, él le revela que escucha voces de seres extraterrestres provenientes de las profundidades.
La película plantea una dinámica compleja entre el escepticismo de los adultos y el poder de la fantasía infantil, especialmente a través de Sarah, quien gradualmente comienza a alimentar el relato de su hijo, convencida de que es la única manera de ayudarlo. Sin embargo, a medida que lo hace, se cuestiona su propia percepción de la realidad. Este hecho entrará en conflicto con los demás adultos, quienes intentan persuadir al niño de que sus ideas no son más que fantasías, temiendo que esté perdiendo la cordura, especialmente su esposo, que ve la situación como un signo de descontrol. Sarah hará todo lo posible para que su hijo siga en contacto con el agua, lo que parece responder bajo nuestro punto de vista a una doble razón: primero, porque es la única forma en que el niño encuentra paz, y segundo, por una necesidad personal de la propia madre, que busca aferrarse a la creencia de que lo que su hijo experimenta es real y tiene sentido.
Con un enfoque intimista, esta historia explora el poder de las creencias y la vulnerabilidad de la mente. Presenta una relación de madre-hijo cargada de ambigüedad y ternura, mientras la protagonista se debate entre la presión externa de quienes quieren ayudar a su hijo a “superar esa fantasía” y su propio deseo de aceptar lo inexplicable. La conexión entre ambos personajes, sumada a la responsabilidad de Sarah como madre en un contexto de abandono emocional por parte del padre, profundiza aún más la complejidad de la trama. De nuevo, se muestra en pantalla un hogar donde la madre asume todo el peso de la responsabilidad: de la casa, de los hijos y del propio matrimonio. El padre, casi ausente debido a su trabajo, cuestionará continuamente las decisiones de Sarah, reflejando una desconexión emocional que resalta la carga que ella lleva sola. Su título original, Par amor, refleja esa idea principal de qué estaríamos dispuesto a hacer por amor, ese sentimiento, quizá el más noble de todos.
Sin duda, Call of water, es una de las obras que más disfrutamos este Festival de Sitges, sintiéndonos reflejados como adultos, ya que a menudo sentimos la necesidad de creer en algo más, como lo hacíamos en nuestra niñez.
En los últimos años hemos sido testigos de un notable aumento de directoras que están dejando su huella en el género del terror. Películas como Babadook (Jennifer Kent, 2014), Una chica vuelve a casa sola de noche (Ana Lily Amirpour, 2014), Relic (Natalie Erika James, 2020), La sustancia (Coralie Fargeat, 2024), y otras obras mencionadas a lo largo de este texto, son claros ejemplos de la evolución del género bajo la visión femenina. En un mundo que aún trabaja por superar las barreras del falocentrismo, es crucial que las mujeres tengan espacio para alzar su voz en todos los ámbitos, y el cine de terror no es la excepción. El Festival de Sitges se ha consolidado como una plataforma clave para visibilizar el talento femenino, dando voz a directoras que no solo tienen historias poderosas que contar, sino también una manera única de reivindicar. Y si las directoras femeninas están en auge, los temas feministas también lo están. Por ello, y sin restar mérito a las obras previamente analizadas, hemos decidido dejar para el final tres auténticas joyas que abordan de manera brillante estos temas.
Comenzando por El llanto (España, 2024), dirigida por Pedro Martín-Calero, esta obra sigue a tres chicas (Ester Expósito, la francesa Mathilde Ollivier y la argentina Malena Villa) que, aunque separadas por cientos de kilómetros y viviendo en épocas distintas, comparten una conexión aterradora. Todas son acosadas (anuncio spoiler) por un viejo decrépito que parece no formar parte de este mundo y que solo podrán visualizar a través de sus pantallas. Además, en los momentos menos esperados escuchan el mismo sonido sobrecogedor: un llanto femenino cuyo origen jamás logran identificar.
Cartel perteneciente a la película El llanto.
En el film son tres, pero en la realidad son miles de mujeres perseguidas, martirizadas, acosadas, por una presencia que traspasa fronteras y tiempo, que viene del pasado, que es una amenaza presente y un problema futuro con el que hay que acabar: la violencia hacia las mujeres. Esta obra consigue tratar este terror real sin trivializarlo. Este problema se refleja como una presencia fantasmagórica, maligna, y al ser invisible provoca que nadie crea a nuestras protagonistas. Por lo tanto, una violencia machista que en demasiadas ocasiones no se denuncia y que puede seguir a varias generaciones de una familia, como ocurre en la película, o a miles de mujeres en el mundo como ocurre en la realidad. Martín-Calero encuentra modos visuales muy potentes para denunciar esta injusticia. La violencia sexual ejercida por el ser recuerda sin duda a la película El ente (Sidney J. Furie, 1982). Hemos de mencionar el magnífico guion coescrito por su director e Isabel Peña, así como la música de Oliver Aeson.
Fotograma perteneciente a la película El llanto.
¿Qué mujer no siente el llanto de las mujeres que han sufrido y ya no están o de las que sufren y no se hace nada por pararlo? Todos, ya sean hombres o mujeres, deberían escuchar ese llanto.
En definitiva, no nos extraña que haya sido nominada en este festival con la Concha de Oro a mejor película, siendo la ganadora de la Concha de Plata a mejor dirección.
Y ahora preguntamos, ¿quién no ha sentido alguna vez la necesidad de sentir que encaja en la sociedad? ¿Quién no ha cambiado su aspecto o su forma de ser para conseguir esto? Tal es el caso de La sustancia (Coralie Fargeat) o la que toca comentar, Grafted, ambas proyectadas este Sitges 2024.
Dirigida por Sasha Rainbow, narra la historia de Wei (Joyena Sun), una joven talentosa de China marcada por una anomalía en la piel que afecta a su cuello y rostro, una característica heredada de su padre, un científico que intentó corregir este defecto mediante injertos. Sin embargo, uno de sus experimentos salió terriblemente mal cuando Wei solo era niña. Años más tarde, decide abandonar su país natal para estudiar en una universidad de Nueva Zelanda. Allí se aloja con su tía Ling y su prima Angela, una chica hermosa, superficial y popular, cuya crueldad se convierte en fuente de conflicto. Wei, acomplejada toda su vida por su aspecto, se siente atraída y, al mismo tiempo rechazada por Angela y su grupo de amigas, quienes representan ideales de perfección y belleza que Wei ansía alcanzar. Su excentricidad y aspecto la convierten en un blanco fácil para las burlas, haciendo que no encaje en la sociedad. A pesar de sus inseguridades, el talento de Wei la lleva a convertirse en asistente de laboratorio de su profesor, Paul. En este lugar retoma el trabajo inacabado de su padre, desesperada por librarse de la carga que la ha mantenido al margen de la sociedad. Lo que comienza como un intento por corregir su apariencia toma un giro oscuro cuando, tras una violenta pelea con Angela, Wei desata una ola de eventos sangrientos en su obsesiva búsqueda de belleza y aceptación.
Wei está en guerra con quién es y esto desemboca en el mensaje principal de la película: las personas son capaces de hacer cualquier cosa para encajar, incluso si eso significa perderse a sí mismas en el proceso. Este tema recuerda a films como La sustancia, al abordar el deseo de alterar la apariencia para ser aceptado, reflexionando sobre el capital social de la belleza y enviando un poderoso mensaje: las personas son mucho más que su apariencia. El personaje de Wei evoluciona de ser una joven tierna y amable, con una sensibilidad especial hacia quienes, como ella, han sido marginados por la sociedad (se hace amiga de un vagabundo), a alguien completamente distinto. La presión social y el constante rechazo terminan por convertirla en un trasunto de mad doctor. Así, escoge un camino oscuro caracterizado por el body horror, donde priman unos primeros planos llenos de cuchillas y sangre que tratan el cuerpo como carne cruda deshumanizada, como si de una película de Takashi Miike se tratara.
Fotograma perteneciente a la película Grafted.
Otra cuestión que aborda este metraje es la identidad y la raza. A lo largo de la película, Angela rechaza sus propias raíces culturales, su herencia china: evita hablar el idioma, se niega a comer comida tradicional en público e incluso llega a profanar el altar ancestral que su madre crea para honrar el alma del padre de Wei al grito de “¿Por qué no te llevas tus cosas chinas raras y te vas a tu casa?”. Esto refleja un profundo conflicto interno sobre la percepción de la identidad cultural en un entorno que valora más la asimilación que la autenticidad.
Un punto destacado del film es la magistral interpretación de Joyena Sun, quien consigue resultar tan tierna como aterradora. En definitiva, Sasha crea una hórrida experiencia con una excelente carta de presentación que augura que sus próximos trabajos tampoco pasarán inadvertidos. No es de extrañar que Grafted haya sido nominada a “Mejor Película” en la sección Midnight X-Treme, un reconocimiento merecido para una obra que no teme sumergirse en los rincones más perturbadores de la condición humana.
Finamente, llegamos a la gran ganadora a Mejor Película de la sección oficial fantástico de este festival: El baño del diablo (2024). Esta impactante producción austriaca, dirigida por Severin Fiala y Veronika Franz, ya recibió el premio Oso de Plata- Contribución artística sobresaliente (otorgado a Martin Gschlacht por su magistral fotografía) en el festival de Berlín, donde también fue nominada con el Oso de Oro a mejor película. En el festival de Sitges, la película se consolidó como favorita, sumando dos galardones más: Premio de la crítica José Luis Guarner a la mejor película SOFC y Premio Jurado Carnet Jove a la mejor película SOFC. Se reafirmó así la excelente impresión que dejó tanto en críticos como en el público.
Esta cinta nos transporta a la Austria del siglo XVIII, un escenario donde pequeños pueblos campesinos, aislados y rodeados de sombríos y profundos bosques, parecen ocultar tantos secretos como historias trágicas. La acción comienza con un atroz crimen perpetrado por una mujer, aparentemente sin motivo alguno. Acto seguido, acude a un cura para salvar su alma antes de ser condenada y ejecutada.
Tiempo después, la trama se centra en Agnes (Anja Plaschg), una joven mujer que contrae matrimonio con Wolf (David Scheid), un hombre al que no ama y con quien se muda a una casa enclavada en el bosque, cerca de la familia de él. La vida de Agnes pronto se convierte en una prisión emocional: su deseo de ser madre se ve frustrado por la negativa de su esposo a tener relaciones sexuales con ella, además de tener que lidiar con una suegra que se entromete continuamente en la vida de la pareja, cuestionando todo lo que dice o hace Agnes. Poco a poco, nuestra protagonista, en medio de sus conflictos externos e internos, se va sumergiendo en una oscuridad de la que solo podrá salir de una forma.
Fotograma perteneciente a la película El baño del diablo.
Este film, que podría considerarse folk horror, terror psicológico y drama rural, revela algo aún más aterrador al finalizar que la propia historia narrada, pues descubrimos entonces que en cierta manera tiene más de realidad que de ficción. Basándose en registros históricos de la Alemania y Austria del siglo XVII, donde el suicidio se consideraba una condena directa al infierno, muchas personas optaban por asesinar a alguien para luego ser ejecutadas, tras confesarse y obtener el perdón de Dios. Podríamos describir esto como un suicidio indirecto. En el siglo XVIII, esta práctica se volvió habitual para evitar el castigo divino. La mayoría de estos actos eran cometidos por mujeres que mataban a niños para ser perdonadas por sus pecados y posteriormente castigadas con la muerte. Según relata El baño del diablo, hay más de 400 crímenes registrados entre mujeres y niños. La película está dedicada a ellas y a ellos, honrando su trágica historia y reflejando las oscuras realidades de la época.
La durísima realidad de aquellas mujeres, esclavas de un sistema opresivo que las trataba poco mejor que al ganado, las condenaba a matrimonios sin amor, donde sus sentimientos y su salud mental eran completamente ignorados, en un contexto donde la brujería y el fanatismo religioso estaban a la orden del día, estas circunstancias provocaban estas terribles consecuencias. Muchas, creyendo que el suicidio las condenaría al infierno, no veían otra salida para terminar con su sufrimiento que recurrir a actos extremos, llevadas por la desesperación y la falta de opciones en una sociedad que les negaba cualquier atisbo de libertad o dignidad. Qué profundo sufrimiento debieron soportar aquellas mujeres, las dadoras de vida, para llegar al extremo de arrebatarla como única forma de escapar de sus prisiones.
Este fanatismo religioso no solo se manifiesta en el tema del suicidio, sino también en la represión que lleva a personajes como Wolf a ocultar su orientación sexual y se ve reflejado en el trágico destino de quien aparenta ser su amante.
Fotograma perteneciente a la película El baño del diablo.
Volviendo al film, resulta imposible ignorar una de sus imágenes más poderosas y simbólicas: la cabeza de la primera mujer ejecutada es colocada, junto a su cuerpo, dentro de una jaula. Esta escena podría resumir la esencia de la película: mujeres oprimidas, encarceladas tanto física como metafóricamente, mientras sus cabezas y mentes atormentadas permanecen dentro de jaulas, incluso cuando estaban vivas. Por otra parte, no puede pasar desapercibido tampoco el nombre del esposo de Agnes, Wolf, que traducido al castellano significaría “lobo”, sugiriendo una posible analogía con su naturaleza o el entorno depredador en el que la protagonista vive.
Sin duda, los directores, que ya triunfaron con su película Buenas noches, mamá (2014), logran transmitir a la perfección el desasosiego interno de Agnes y las duras condiciones de vida de la época. Conforme la acción se desarrolla, el dolor de Agnes se convierte en el nuestro, percibiendo su cambio físico y mental.
En cuanto a la fotografía es simplemente magnífica, casi pictórica, capturando con detalle la belleza de los paisajes que, a medida que avanza la trama, se tornan cada vez más pesadillescos. Los tonos otoñales impregnan la historia con una sensación amarga y decadente. Aunque su estilo podría evocar títulos como La bruja (Robert Eggers, 2015) o Midsommar (Ari Aster, 2029), El baño del diablo logra ser una pieza única. En definitiva, Veronika Franz y Severin Fiala han creado una película tan delicada como atrevida y desoladora.
El Festival de Cine de Sitges ha demostrado una vez más que el cine, especialmente en sus géneros de terror y ciencia ficción, puede ser mucho más que un simple entretenimiento: es un lenguaje universal que atraviesa fronteras, nos enfrenta a nuestras propias sombras y nos invita a imaginar mundos distintos. A través de estas películas, hemos podido observar cómo directores y directoras utilizan estas obras para abordar cuestiones de gran relevancia como el empoderamiento femenino, la lucha contra sistemas opresivos, la justicia social o las consecuencias del maltrato ambiental que generamos al planeta.
Estos films no solo nos han estremecido, sino que también han explorado realidades incómodas que a menudo no nos atrevemos a mirar, convirtiéndose en una herramienta perfecta de reivindicación capaz de inspirar el cambio social y donde las voces silenciadas encuentran su eco. En festivales como el de Sitges, este arte se convierte en un espacio de encuentro, erigiéndose como una verdadera oda al cine, y recordándonos por qué seguimos amando este arte tan profundamente.
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