Todos los veranos se han convertido en canciones.
Suenan distantes, envuelven el tiempo
con el efecto embriagador de las resacas nocturnas.
Me cuentan que sus letras han dormido en el desván del olvido,
escondidas entre los discos de juventud.
Puedo sentirlas exactamente igual que las primeras veces.
Como si hubiesen viajado al momento exacto,
a la total plenitud.
Detengo los pasos a la vez que me pierdo
en mi voz clara y rítmica.
Mantengo el compás de aquella coreografía
que recuerdo de memoria.
El beso chocando con las olas al ritmo de las notas.
El deseo quemando bajo las estrellas.
El mar hambriento de nosotros,
a la deriva de la que fue
nuestra canción.
Verónica Esquinas.
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