Historiografía, historiador e historia local: una relación indisoluble


Arelys Rodríguez Gavilla

Universidad de Matanzas.

 



Resumen


Se puede hablar de Historiografía como ciencia en el año 1929, cuando se fundó en Francia la revista conocida como Escuela de los Anales, la cual marcó el inicio de una de las corrientes historiográficas del siglo XX más importantes. El valor de un historiador radica en su oficio, en encontrar el verdadero sentido de las palabras con que son narrados los hechos de un pasado lejano, mientras que la historia local se corresponde con los contenidos de la Historia como ciencia y constituye un punto de partida para la investigación histórica y la construcción del conocimiento histórico y social. La investigación posee un carácter dialéctico materialista donde prima la perspectiva cualitativa. Se emplearon métodos y técnicas que permitieron la obtención de la información necesaria para  el investigador en la realización de este trabajo. Concluimos entonces que la historiografía, el historiador y la historia local constituyen una relación indisoluble.



Palabras Claves: historiador, historia local, historiografía.

 


Las crónicas fueron las primeras formas de la historiografía. En sus inicios eran descriptivas y objetivas, debido a que en ellas se plasmaban las características de las regiones descubiertas y sus habitantes, así como sus costumbres, creencias y formas de vida. En el siglo XVII y principios del XVIII, los cronistas dejaron de anotar los datos reales de los pueblos y las características de su medio para realzar exclusivamente las hazañas de los conquistadores. De esta manera, surgió una historiografía carente de datos importantes.

Ya en el siglo XIX, entre los años 1848 y 1870, la historia comenzó a adquirir un considerable rigor científico con los postulados de Marx y Engels. En estos años se comenzó a ver a la historia como ciencia basada en el análisis objetivo de los hechos, caracterizándose por una marcada tendencia dirigida al realce de la educación cívica y nacionalista.

Dentro de la historiografía se encuentra el proyecto de la Kulturgeschichte y otras corrientes de la historia social austriaca y alemana. Este proyecto es lo que hoy se conoce como positivismo, con una fuerte inclinación hacia los hechos mientras se separaba de los procesos de las ciencias sociales.

En 1929 se fundó en Francia la revista “Annales  d´histoire  èconomique  et sociale” a cargo de Marc Bloch y Lucien Febvre, marcando el inicio de una de las corrientes historiográficas del siglo XX más importantes conocida como Escuela de los Anales. En su primera etapa tuvo como objetivo fundamental romper con las limitaciones del positivismo y se oponía a la fragmentación de la historia en ramas independientes abogando por la idea de una historia total (Aguirre, 1999, 47-53).

La Segunda Guerra Mundial y la postguerra fueron el comienzo de una segunda generación de los Anales, liderada por los estudios realizados por Fernand Braudel. Entre 1950 y 1968 se dará la tercera etapa de la historiografía, donde se destaca la figura de Carlos Aguirre. Uno de los aportes más importantes de la Escuela de los Anales es la incorporación de varias fuentes para el análisis historiográfico como la iconografía y la técnica de la dendrocronología. Los analistas tomaron como eje central de sus estudios a las civilizaciones, las clases sociales y las creencias populares, realizando así sus análisis desde un nuevo punto de vista epistemológico.

En 1968 se produjeron cambios fundamentales y ocurrieron rupturas en cuanto a las concepciones culturales e históricas, producto de la crisis en la que se encontraban los modelos generales de las ciencias sociales. Esto abrió el campo a los estudios multidisciplinarios que ya se habían practicado en los Anales y da paso a la historiografía actual.

Entonces, la historiografía es el arte de escribir la historia, la ciencia de la historia, la memoria plasmada por la propia humanidad en la escritura de su propio pasado.

Las principales corrientes que han dominado la historiografía, desde mediados del siglo XIX, muchas veces en contradicciones teóricas, tuvieron gran importancia en su tiempo. Incluso en la actualidad se encuentra su influencia, como es el caso del positivismo en América Latina. Es por eso que Hernán Venegas afirma que: ´´[…] América continúa batallando contra el fantasma del positivismo […]´´ (Venegas, 2001, 71). Otras obras historiográficas que han dejado su impronta debido a las distintas formas de acercarse a los temas históricos son de la Escuela Inglesa, con figuras como Eduard Palmer Thompson, Erick Hobsbawm y Perry Anderson, historiadores de tendencia marxista que realizaron aportes relevantes sobre los hechos históricos.

Los primeros historiadores latinoamericanos surgieron con las repúblicas independientes y crearon una novedosa corriente historiográfica influenciada por el romanticismo europeo, lo que la llevó incluso a ser confundida con la literatura y guardaba cierta relación con los asuntos del Estado.

En Cuba, se ha definido a la historiografía nacional como el arte de escribir la historia que tiene como objeto de estudio una nación determinada, con características propias, donde los fenómenos que se razonan, analizan e historian, tienen como centro de análisis los procesos y dinámicas, ya sean económicas, políticas o sociales que conforman el accionar de una nación. En su devenir intervienen diferentes enfoques, concepciones, escuelas, que pueden estar influenciadas por ideas y criterios tanto externos como devenidos de la lógica interna del país en cuestión. (Guerra, 2002, 111-112).

Toda buena historiografía necesita un buen historiador. Por ello, este ha de ser la persona que ha de lograr, de manera científica, el contacto con los hechos e historias de vidas pasadas.

Siendo entonces un historiador el  individuo cuyo oficio consiste en contar la historia exponiendo los hechos a una audiencia es, además, una persona que hace historia mediante la lectura e interpretación de los sucesos del pasado que todavía se encuentran en el presente. Su actividad se dirige a cuestionar e indagar en torno a lo referente a los orígenes y el contenido de las fuentes, lo que debe incluir también la  producción. El oficio del historiador requiere de habilidades como la pericia, la narrativa, la capacidad para investigar y de despejar incógnitas (Rodríguez, 2012, p.33).

Los historiadores cubanos han plasmado el transcurso de la Historia de Cuba que data de algo más de 500 años, como nación y de su gente, desde su percepción y profundos conocimientos intelectuales.

Sería Fray Bartolomé de las Casas con las “Cronistas de Indias” el primer historiador  cubano.  Después vendrían José Martín Félix de Arrate, Ignacio Urrutia y Montoya, y Pedro Morell de Santa Cruz conocidos como los tres primeros historiadores oficiales de Cuba. También debemos mencionar a Nicolás Joseph de Ribera y a José Martí, quien, sin proponérselo, fungió como historiador excepcional en algunas de sus obras. Otros historiadores de profesión y oficio fueron Emilio Roig de Leuchsenring, quien fuera designado Historiador de La Habana, Hortensia Pichardo, Fernando Portuondo, José Luciano Franco, Ramiro Guerra, Julio Le Riverend, fundador de la Unión de Historiadores de Cuba, Jorge Ibarra Cuesta y Manuel Moreno Fraginals, entre otros (Amador, 2018, s.p).

De los historiadores más recientes resalta la inmensa labor investigativa del Doctor Eusebio Leal Spengler y el Doctor Eduardo Torres Cuevas, quien preside la Academia de Historia de Cuba y la Cátedra de Altos Estudios Fernando Ortiz. Todos ellos forman parte de una gran lista de historiadores que con su trabajo científico investigativo han dejado su huella en la historiografía cubana.

El valor de un historiador es encontrar el verdadero sentido de las palabras con que son narrados los hechos de un pasado lejano. Una de sus funciones es historiar, es decir, dejar plasmado en una obra científica el relato exacto de una situación conocida, no solo a través de los documentos, sino también por el posible testimonio vivo de los actores del hecho. Implica la utilización de ciertas técnicas de investigación que enriquecen el instrumental historiográfico y abren un mundo extraordinario para ahondar y comprender el pasado. Su labor consiste en comenzar por comprender la vida y lo que esta vida tiene de común en cualquier tiempo y en cualquier lugar; para interesarse ávidamente por la relación existente entre el presente y el pasado, es necesario ser un espíritu apasionado.

Un historiador ha de tomar la documentación, para abarcar el panorama íntegro, es decir, el mundo de cosas intocadas y nunca comentadas. Hay que ir hacia aquellas riquísimas fuentes, precisamente a las más significativas. Con el aporte de estas nuevas e imprescindibles investigaciones se pueden descubrir las leyes dialécticas de nuestra historia. Las fuentes necesitan una actitud acuciosa, para actuar creadoramente, por lo que ha de nacer una vía para la formación científica de un buen historiador. (Rodríguez, 2012, p.8-9).

Debe tener el concepto de que toda labor amplia de investigación es siempre un trabajo colectivo, donde se resuman los aportes de experiencias psicológicas, económicas, políticas, sociales, tecnológicas, científicas, culturales, etc. Sabemos que el historiador, aunque se especialice en una sola dirección, en una región y en un solo período, mantendrá siempre vivo el interés universal y creador.

Vale mencionar que el estudio de la Historia en Cuba durante las primeras décadas del siglo XX recibió una fuerte influencia de las principales corrientes historiográficas desarrolladas a nivel mundial como la Escuela de los Annales surgida en 1929 en Francia.

La historia está presente en las ciudades y territorios, en barrios, plazas parques y calles. La historia funciona como antídoto al peligro de desarraigo y es fundamental en el sometimiento del proyecto común de un pueblo” (Alonso, 2003, p. 45). Propicia a su vez la asimilación de los contenidos más importantes del acontecer nacional en vínculo con los hechos locales y nacionales.

En Cuba la historia local constituye una tradición educativa que se ha desarrollado conjuntamente con la nación y la cultura cubana. Estudios demuestran que ya era reconocida en el país desde finales del siglo XVIII, pues la historia local solía  documentarse por sociedades históricas o grupos  que se formaban para preservar cualquier lugar, monumento u objeto, y documentos con valor histórico; destacándose en este sentido la Sociedad Económica de Amigos del País. Esta sociedad incentivó la recopilación de datos históricos de las diferentes localidades. Por tanto, el estudio de la historia local es un fenómeno que cuenta con una tradición en el pensamiento pedagógico de la nación, encontrando sus orígenes en los iniciadores de la pedagogía cubana. De la Luz y Caballero (1835) planteó la necesidad de relacionar la historia local con la nacional y la universal.

Algunos autores que han realizado diferentes investigaciones sobre la historia local, que la han conceptualizado y han expresado diversas ideas sobre el objetivo de esta ciencia histórica son Ingenieros, (1925), Acebo (1991), Pluckrose (1996), Alonso, (2003) y Cornacchioli (2002), Reyes (2010), entre otros.  De sus aportes se pueden extraer las siguientes ideas que expresan que la historia local está dirigida a la formación de un sistema de conocimientos históricos y de habilidades, hábitos y normas de conductas adecuadas en la sociedad, el desarrollo de sentimientos, ideales, convicciones y en general de valores con los cuales el hombre puede actuar correctamente en sociedad, y la conformación de un pensamiento histórico, que no se reduce a la comprensión de la relación pasado-presente-futuro, sino a la comprensión del lugar de cada sujeto en esa relación (Hernández y Cárdenas, 2014, p.3).

Teniendo en cuenta lo anterior se plantea que: la historia local es la ciencia histórica que toma como objeto de estudio el pasado de los hombres, así como el conjunto de hechos, procesos o fenómenos históricos, económicos, políticos, sociales y culturales, y personalidades que intervienen en el desarrollo de un lugar, a partir de la delimitación que involucra el tiempo y el espacio. La historia local es aquella historia que genera sentimientos de identidad en un grupo humano que conforma una comunidad.

Es importante conocer el origen de la comunidad en la cual reside. De esta forma los hechos históricos obtienen un mayor significado […]” (Leal, 1985, p. 34). Afirmamos, pues, que mediante el estudio de la historia local se fortalece el sentido identitario con respecto al lugar donde se vive y el entorno formativo contribuyendo a la educación de las nuevas generaciones. La historia local se corresponde con los contenidos de la Historia como ciencia y constituye un punto de partida para la investigación histórica y la construcción del conocimiento histórico y social.

La investigación se desarrolló bajo el paradigma cualitativo, sobre la base de la dialéctica materialista. Tiene su fuente en la teoría crítica y utiliza las  técnicas: de las entrevistas, la observación no participante y la revisión de documentos por ser indispensables para localizar información valiosa. También se utilizaron los métodos y técnicas de recolección de información del nivel teórico: el histórico – lógico, el Inductivo – deductivo, el sistémico – estructural y la modelación. Dentro de los empíricos se utilizaron el análisis documental y el análisis historiográfico, debido a la necesidad de efectuar estudios bibliográfico-históricos, en lo referente a la Historiografía como Ciencia, en qué consiste ser un historiador y temas relacionados con la historia local.

En la actualidad, para el Gobierno cubano, la preservación de la memoria histórica constituye una prioridad y por ese motivo se realizan diversas labores para detener el deterioro del patrimonio documental, algunas de ellas son la conservación física y la restauración de los documentos históricos, y la digitalización de la documentación.

Es de vital importancia darse cuenta de que el interés por el estudio y la comprensión de la historia nacional depende principalmente de la apreciación que cada uno tenga de la historia de su propia ciudad. Hay que tener en cuenta que la nación se compone de sus partes: las regiones, provincias y municipios, y la historia de la nación debe ser la suma total de las historias de sus partes. Ninguna ciudad o provincia existe independientemente de la nación, y viceversa porque no se puede ignorar la importancia de la historia local para comprender y escribir una verdadera historia nacional.

Desde lo local podemos iluminar e informar sobre el panorama general. Esto tiene un valor incalculable en épocas y lugares en los que los registros no sobreviven y lo local es la única forma de pensar sobre lo regional o lo nacional. Al hacer historia local hacemos todo tipo de historia a la vez: social, cultural, política y económica. Desde ella llegamos a la historia familiar, los archivos, los museos y la arqueología, a través de las comunidades que vivieron allí, los registros y los edificios que han quedado. Por ello, cada localidad tiene el deber de proporcionar una historiografía adecuada basada en la experiencia histórica de su propia comunidad.

La historia local es la más cercana al corazón y a la conciencia de la gente porque refleja su propia identidad, experiencias y aspiraciones. Es la recreación interpretativa del pasado de su localidad, abarcando su vida política, social, económica y cultural. Incluye el desarrollo de las instituciones en la unidad geográfica y los éxitos y fracasos de sus gentes. (Funtecha, 2008,s.p)

El estudio de la historia local encaminado a transformar las conciencias, a cultivar amor o a lograr una nueva concepción de los orígenes de las personas, permite valorar el Patrimonio que atesora cada localidad como la esencia misma de su historia. Un enfoque limitado que contextualice el progreso del tiempo a través de un determinado conjunto de fronteras nos hace pensar en lo que distingue a ese lugar, animando al historiador local a llevar a cabo una investigación detallada que permita explotar al máximo toda la información a su alcance.

En este sentido los archivos y museos locales pueden utilizarse para contribuir al proceso educativo de enseñanza - aprendizaje de la historia de una manera vivencial en lugar de depender solo de los libros de texto, con la ventaja añadida de ver que la historia local puede ser la clave para desentrañar el sentido de pertenencia en los jóvenes. Un estudio de historia local puede ayudar a fomentar el respeto hacia la historia, cultivar la conservación, preservación y salvaguarda de los saberes patrimoniales, además de rescatar historias tradicionalmente olvidadas, y estimular la formación de los valores necesarios para convivir en sociedad. El reto consiste en hacer que el estudio de la historia local no sea solo simbólico o prescriptivo sino que tenga sentido y responda a necesidades reales.

Puede proporcionar un estudio en profundidad de una manera que sería imposible con un tema nacional, utilizando y desarrollando las habilidades y el conocimiento de las fuentes, además de ofrecer claros beneficios en términos de fomentar la empatía y la identidad (Hargraves, 2022, s.p).

Resumiendo, la  historiografía es el conjunto de técnicas y métodos utilizados para describir los hechos históricos acontecidos y registrados mientras que la historia es el conjunto de hechos acontecidos en el pasado de la humanidad. Es decir, la historia es el suceso, y la historiografía la forma de estudiarlo y darle sentido. A su vez, la historia local es la especialidad de la ciencia histórica que toma como objeto el pasado de una localidad y que ha sido registrada por los historiadores desde el origen de la historia en sí misma. Por eso la historiografía, el historiador y la historia local constituyen una relación indisoluble y juntos son esenciales para la construcción del sentido identitario, de las memorias colectivas y del sentimiento de pertenencia de la comunidad, para que la historia de un país no se pierda en los sitios históricos olvidados, los saberes patrimoniales orales ni en documentos y libros inéditos.

 

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